En el estudio participaron 52 adultos, que los investigadores clasificaron como “atletas” o “no atletas”.
Los participantes del grupo de atletas hacían ejercicio al menos cinco veces a la semana, mientras que los no atletas no hacían más que una vez a la semana.
Todos los participantes realizaron una sesión de ejercicio en una cinta de correr.
Los investigadores realizaron exámenes oculares justo antes y cinco minutos después de las sesiones, midiendo la producción de lágrimas y el tiempo que la película lagrimal del ojo permanecía estable antes de empezar a secarse.
Aunque todos los participantes experimentaron un aumento de la cantidad y la calidad de las lágrimas después del ejercicio, los del grupo de atletas mostraron mayores beneficios.