Sin embargo, ahora sabemos que los genes de estos microbios (nuestro microbioma) fabrican muchas sustancias químicas que afectan a nuestro organismo y pueden influir en nuestra vulnerabilidad a las enfermedades cardiacas, la diabetes, la obesidad, la depresión, la ansiedad y varias enfermedades neurológicas degenerativas.
Estudios recientes sugieren que los microbios que llevamos dentro también pueden influir en nuestro comportamiento.
Un estudio publicado en línea el 14 de diciembre de 2022 por la revista Nature comparó ratones que empezaron a hacer ejercicio cuando se les dio una rueda para correr con ratones que no lo hicieron. No hubo diferencias en sus genes.
Sin embargo, sí las hubo en sus microbiomas intestinales. En los ratones que hacían ejercicio, había más bacterias que producían una determinada sustancia química.
Cada vez que estos ratones corrían, esa sustancia química enviaba señales desde el intestino hasta el cerebro y activaba los centros de recompensa del cerebro: tenían un “subidón del corredor” y aprovechaban cualquier oportunidad para correr.
Debido a su diferente microbioma, los ratones “perezosos” no obtenían esa recompensa y seguían siendo teleadictos.
Pero cuando se introdujo el microbioma de los deportistas en los ratones perezosos, éstos empezaron a hacer ejercicio.
Si el microbioma intestinal puede influir en la motivación de un animal para hacer ejercicio, ¿podría ocurrir lo mismo en los humanos?
Si es así, ¿podrían los microbios de nuestro cuerpo afectar también a nuestra motivación para hacer otras cosas: consumir o evitar sustancias adictivas, comer alimentos más sanos o socializar más fácilmente?
O pensemos en otro microbio que llevamos dentro. Cuando varios animales se infectan con un parásito llamado Toxoplasma gondii, son mucho más propensos a adoptar comportamientos de riesgo.
Por ejemplo, los lobos grises infectados del Parque Nacional de Yellowstone son mucho más propensos que los no infectados a buscarse la vida por su cuenta o a convertirse en dominantes de la manada, o a morir en el intento.
La misma intrepidez se observa en otras especies animales infectadas. Los ratones infectados, por ejemplo, son menos propensos a evitar a los gatos.
Aproximadamente el 30% de los humanos también están infectados por este mismo parásito. ¿Podría afectarnos de la misma manera que a otros animales, convirtiéndonos en intrépidos amantes del riesgo?
Los estudios han descubierto que los estudiantes de empresariales infectados son mucho más propensos a aspirar a ser empresarios (en lugar de, por ejemplo, contables), y que los profesionales infectados que asisten a eventos para empresarios son mucho más propensos a haber creado ya su propia empresa.
Así pues, aunque la idea está aún muy lejos de ser demostrada, es posible que los microbios que llevamos dentro no sólo influyan en nuestro riesgo de padecer diversas enfermedades, sino también en nuestro comportamiento.
Los científicos consideran incluso concebible que los microbios que llevamos dentro influyan en cosas como la inteligencia, las actitudes, la empatía, quién nos atrae… en resumen, quiénes somos.